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Descifrar

Qué desastre

Qué desastre cuando siento un vacío en el estómago. Cuando creo que ya no me importa nada y de repente cualquier detalle me abofetea el orgullo. Y entonces me doy cuenta de que no he borrado nada. Por muchos esfuerzos que yo haya hecho. Por mucho que haya tratado de darle instrucciones claras y precisas a mi cabeza de que hemos pasado página. Creo que en esos momentos es cuando pone el automático y asiente tranquilamente respondiendo " que sí, tía ". Le falta decirme " que ya lo sé ". Porque sé que lo que le continúa es " y voy a seguir haciendo lo que me dé la gana ". Tengo un corazón loco que no atiende, que sólo sigue sus propios impulsos y vive inocentemente tirando de mi sin ningún tipo de acuerdo. Y yo le sigo, y luego nos sentamos a llorar abrazados viendo como nos apalean una y otra vez. Porque nos va lo sado. Por si, como la lotería, nos toca algún día.

Bistro Fada

Mi padre siempre me ha dicho que de todas las cosas que he ido perdiendo por el camino con los años, de las pocas que he conservado es la credulidad. La capacidad de que cualquier cosa me sorprenda. Y es verdad. Me maravillo con cualquier cosa, es fácil impresionarme. No sé muy bien cómo cambiar eso. Todo me asombra. A todas las cosas les encuentro algo nuevo y peculiar. Aunque antes hubiera encontrado muchas otras parecidas. Siempre todo es diferente. En lugar de sufrirlo cómo anuncia mi padre, lo disfruto como una virtud. He aprendido a vivir con ello. A quererlo como si no tuviera parte negativa. A mirar el mundo con ojos de niña. A entusiasmarme con las cosas que la gente ya asume como normales. Y puedo hacerlo a pesar de que no sea el primer encuentro. Me distraigo con facilidad, me quedo embobada mirando las cosas con asombro desconectando del momento y de la realidad que vivo. En medio de la calle, sin pena ninguna. Casi siempre me siento animada a entrar en cualquier m

Cerca

Caminaba mirando al suelo mientras pensaba en mis zapatos salpicados y en el contraste que hacían las gotas de lluvia sobre ellos. Suena el móvil y le digo que ya voy, que estoy de camino. Espero impaciente a que el semáforo me de la señal y cruzo sin mirarle porque me da un poco de vergüenza mantenerle la mirada mientras me voy acercando. Sigo mirando mis zapatos cruzar por el paso de cebra mientras advierto que sobre el suelo se refleja la sombra de mi paraguas de lunares que me resguarda de la que nos está cayendo. Pienso en ese momento que no hay forma de que nos veamos sin lluvia de por medio y espero que esta vez no pierda su paraguas. - Con el tiempo te das cuenta de que nadie es tan especial. Despierto de repente de un sábado que no me parece muy lejano y aterrizo de nuevo en el final de un jueves cualquiera que me sacude las ideas y los pensamientos. Pienso de repente en un cuento al que recurro mucho y me acuerdo del zorro que pide que le domestiquen. Nadie es tan e

Oz

He vuelto a llegar tarde como siempre que salgo con tiempo a los sitios importantes y he pedido perdón por perderme un poco por el camino. No han tardado en llamarme pese a mi falta de puntualidad y mi nombre ha sonado por los altavoces: - Paula Gilabert siga la línea azul. Me he sentido como Dorita rumbo a Oz salvando el pequeño detalle de las baldosas amarillas y los fantásticos zapatos rojos. El azul está bien, podría ser mi color favorito. De repente la línea se acaba y me siento algo decepcionada por la brevedad del camino y por la falta de amigos peculiares que encontrar en él. Así que me siento a esperar mientras una chica a mi lado se queja porque lleva diez minutos esperando y lamento que esa línea no fuera un poco más laberíntica alrededor de todo el edificio para hacer tiempo. Pero me interrumpen los sueños cuando aparecen y me piden que me quite los pendientes llamándome por mi nombre. Sé que no me conoce, pero me agrada que haya tenido el detalle de re

Y ya vemos.

Tengo la habitación hecha un desastre, desde hace varios días. Mis compañeros de piso opinan que incluso desde hace varias semanas. Como mi vida, como mi cabeza. Y es que todo está revuelto, nunca encuentro el momento de ponerle orden, ni las ganas de hacerlo. Pero hoy cuando han llamado a mi puerta, yo que nunca me escondo de nada, y me ha dado un poco de vergüenza el estado en el que la han encontrado. Casi nunca me paro detenidamente a verla y siempre pienso que mañana tendré un poquito más de tiempo para recolocarlo todo. Me tumbo en la cama sin hacer nada y las horas pasan mucho más deprisa de lo que a mí me gustaría. Quisiera poder poner una pausa hasta poder recomponerme por completo pero el tiempo no se detiene y nada va a volver. Una paloma se ha puesto en mi ventana a observar la escena, creo que juzgaba duramente lo descuidado que está todo. No me ha dado tiempo a sacarle una foto y se ha marchado dejándome con el cargo de conciencia de haber dejado pasar los días s

Una isla feliz

Generalmente siempre sé qué decir. Pero últimamente sólo lo hago si sé que me están escuchando o si de verdad me parece que les importa lo que vaya a contar.  De hecho, tengo muchas cosas que decir. Aunque la mayoría de ellas sean un absoluto despropósito. Y es que para mí la vida es eso. Poder compartir todas esas estupideces que me bailan en la cabeza, y que me presten aunque sólo sea un ratito las estupideces ajenas. Sentir que uno no está solo. Que nuestra mente trabaja casi todo el día y que no vive en una isla.  Pero hoy he querido ser una isla feliz. He visto el mar desde lejos y he maldecido no llevar en mi maletero algunas cosas de emergencia para poder pisar la arena y meterme en el agua. Hacía mucho sol y podía sentir la brisa con las ventanillas bajadas. Y he decidido convertir un lunes en una tarde de sábado, pasear sin prisa y sin chaqueta bajo el sol. En silencio, obedeciendo sólo a lo yo quisiera hacer. A permitirme dudar, volver e irme. Sin rumbo, sin apen

El momento

Hoy he postergado todas las obligaciones que me había impuesto yo misma en pro del aparcamiento que he encontrado enfrente de casa y del solecito que invadía mi balcón. Y he hecho lo que hace mucho tiempo que no hacía: leer tumbada en el suelo. Durante ese ratito he pensado muchas cosas. La primera que cuando me da el sol en la cara frunzo mucho el ceño y se me van a hacer unas arrugas muy feas. La segunda, que me duele y me disgusta terriblemente ver faltas de ortografía, lo cual me convierte en una pedante. La tercera, que debería dedicarle menos tiempo al móvil y más a los libros. Mientras tanto he recordado el día que descubrí lo que es una biblioteca. No tendría más de seis años y estaba felizmente sentada en la puerta de casa de mis abuelos. Pasaba mucho tiempo allí con ellos, disfrutando del calor primaveral sin más. Mirábamos la gente pasar y mi abuelo le ponía mucho empeño en explicarme todo lo que sabía, como si alguna vez se nos fuera a acabar el tiempo. Y es que a

Claire de lune

Confieso que me gusta la fotografía, como tantas otras cosas, aunque no tenga mucha gracia para ello. Más que la foto quede bonita me gusta capturar el momento, sin avisar, tal cual está sucediendo. Y más a menudo de lo que debería, el resultado siempre es demasiado natural. Tanto, que la excesiva cotidianidad del mismo hacen que las fotografías pasen muy desapercibidas. Casi como si hubiesen sido tomadas sin querer. Casi como la prueba, antes de hacer la buena. Como la que acaba borrada. Esta noche me ha pasado algo similar. Llego a casa, después de una cena con amigos y unas cuantas partidas de parchís. Entro tarde y todas las luces están apagadas. Todo el mundo está durmiendo. Y entro de puntillas, muy despacito, a tientas. Cuando consigo subir las escaleras me dirijo hacia mi habitación y abro la puerta, también a oscuras. Mi habitación en la que ya no suelo estar, y en la que duermo sólo cuando estoy de visita. En la que ya no queda casi nada de mí. En la que todo me pare

Todas esas cosas

A veces creo que debería aprender a llevar una libreta conmigo. Volver a conectar con la intimidad del papel y no dejar que se me escape nunca más nada de lo que me baila en la cabeza. Igual que antes de los teclados y de las pantallas táctiles que usas para esconderte. Escribir todas esas cosas que generalmente no me atrevo a decirte cuando llega el momento. Todas esas cosas que debería haberte dicho dos horas antes. Todas esas cosas que me has hecho sentir. Y no te hablo de las cosas que dijiste pero sí de las que callaste y de las que no quisiste compartir. Del no saber qué pasa a tu lado de la pantalla ni dentro de tu cabeza, que a estas alturas ya me parece un laberinto que sólo he visto desde lejos. Muero de ganas de que me cuentes todas esas cosas, que te quites la escudos y me confieses alguno de tus secretos. Pero no te lo voy a pedir más porque pierde el valor si no sale de ti. Porque no me produce ningún placer si tú no me lo quieres regalar. Sólo espero que si lo haces,